“Tenía 10 años cuando mi abuela me dijo que me llevaba al río para
realizar una ceremonia de iniciación. Insistió en que cuando terminara
me darían muy bien de comer. Yo era muy pequeña y no tenía ni idea de lo
que iba a pasarme. Cuando llegué a aquel lugar escondido entre unos
matorrales, junto al río, fui desvestida. Me taparon los ojos y me
quitaron la ropa completamente: fui obligada a tumbarme. Cuatro mujeres
sujetaban mis extremidades, mientras otra se sentaba en mi pecho
para evitar que me moviera. Me colocaron un trozo de tela en la boca, y
entonces…me cortaron. El dolor era insoportable. Como me resistía e
intentaba levantarme, perdí mucha sangre. Por supuesto, no me dieron
ningún tipo de anestesia ni calmante para el dolor. La operación me
produjo una hemorragia que me provocó una fuerte anemia. Durante mucho
tiempo, cada vez que orinaba me dolía. A veces trataba de aguantar las
ganas, por el miedo que me producía el dolor. Sufrí también infecciones
vaginales. El corte me lo hicieron con una simple navaja”. (Hannah
Koroma)
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